Entre los motivos de excusa y autojustificación para mi ausencia carreril del domingo había el hecho de que al día siguiente (ayer lunes) me tocaba levantarme a las 5 am. para coger un vueling a Lisboa en una intensa jornada con regreso clickero a Barcelona a las siete de la tarde.
Los vuelos fueron bien. O eso creo, porque creo que dormí el 80% del tiempo. Las reuniones, fantásticas, saliendo todo como se quería y estaba previsto.
He de decir, sin embargo, que el viaje, pese al cansancio, fue especialmente grato por dos momentos gastronómicos. El primero, una cortísima parada en el "Pastéis de Belém" una joya de pastelería artesanal que, pese a haber estado en Lisboa cuatro veces, aún no conocía y que es de obligada visita para quienes no la conozcan y les guste el dulce.
Después, una breve pero sabrosísima comida frente al despacho de mis colegas abogados portugueses en un restaurante/confitería de lujo, la Confitería Versailles. Magnífico. Volveré a ambos.
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