Hoy, como hace un año, se celebra el “Día Mundial contra el Trabajo Infantil”, e, igual que entonces, sigo opinando que se trata de una jornada de principios loables y finalidades extrañas.
No creo que fuera bueno abolir el trabajo infantil sin abolir antes la pobreza. Mientras llegue lo segundo, el trabajo infantil deberá ser regulado/controlado y complementario a una educación, limitándose las jornadas, compatibilizándolas con la educación -por ejemplo, que sea pagada por su empleador-, con tareas adecuadas a la edad y desarrollo, con unas edades mínimas, sectores excluidos, etc.
Como dije, el fin del trabajo infantil que hoy se reivindica, o la defensa del medio ambiente (por poner otro ejemplo) son grandes objetivos que creo que todo el mundo compartimos. Pero resulta algo hipócrita hacerlo cuando uno vive en un país que ya destrozó (y sigue haciéndolo) su entorno natural o que, cuando las condiciones lo requirieron (y no hace tanto de ello), empleó también mano de obra infantil.
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