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Fiel a un ¿erróneo? principio, no ha sido hasta después de “cumplir” con los clientes que no he presentado (concretamente, esta mañana) la Declaración de la Renta, en el día que fine su plazo de presentación.

El problema de realizar la Declaración, amén de su complejidad, es que implica tener que visualizar de nuevo el aspecto económico del último año de tu vida. Es el resumen de lo que se ha ingresado (millor no perlem), lo que se ha gastado (¡demasiado!), lo que cobran las mutuas de abogados, el colegio de abogados (hoy hay elecciones), etc.

Sin entrar en pormenores, sí decir que, en su momento, un servidor constituyó una cuenta vivienda que, al transcurrir los cuatro años sin realizar compra ninguna (¡qué precios!), tuve que devolver con sus correspondientes intereses (una sangría).

E idéntica situación este año no ya con la cuenta vivienda sino con la denominada “cuenta empresa” (otra sangría). Agotado el plazo, aún no he montado la próxima “CocaCola Vidal” o el negociete de turno. Eso sí, igual que al final sí compré el piso, lo del negocio confío acabe igual.

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