Ayer vinieron a comer a casa mis ahijados (y sus padres). Tras la comida (venían hambrientos de una mañana en la piscina), unos regalos.
Resulta que en el viaje a Chicago encontré unas bambas de Ben10 con luces. Pero sólo encontré un par y en un único número. Por eso, hace unos días compré un juguete de Ben10 para dárselo al ahijado que se quedara sin bambas.
Resultado: las bambas son demasiado pequeñas para uno y demasiado grandes para el otro. Conclusión, los dos descontentos ya que, por mucho que el pequeño podrá usarlas de aquí nada, siguiendo una lógica infantil aplastante, ahora “no le van bien”, con lo que el juguete (a la postre repetido o muy parecido a uno que ya tenían) es objeto deseo de ambos. O sea, un problema.
No ayuda al problema el hecho de que incluyera en cada paquete un yoyo de Disney (Los Increíbles) también con luces y sonidos. Como la cuerda resulta grande, al final los acabamos usando durante un buen rato mi amigo y yo, haciendo figuras con el yo-yo aprendidas en los años mozos (el columpio, el perrito, etc.).
¿Cómo solucionar la desilusión de unas bambas que les gustaban pero que no les iban y ver a su padre y a su ‘tito’ jugando con ‘sus’ yoyós?… Con la Wii… en la que ambos resultan ser unos expertos (y eso que no tienen en casa y sólo el mayor habrá jugado un par de veces en casa de un amigo).
El episodio de rememorar las horas de yo-yó y la adopción intuitiva de ambos niños sobre “Mario y Sonic en los JJ.OO.” (¡lo que me costó a mi entenderlo!), dos muestras de que algunos ya estamos en unas edades muy malas.
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