Hoy, en EE.UU., se celebra el “Lost Sock Memorial Day” (“Día en Memoria del Calcetín Perdido”), una jornada que, al menos en mi caso, si tuviera que durar 24 horas por cada calcetín perdido, más que un “Día de” sería un “Mes de”.
Celébrese pues, concentrando en esta jornada los pensamientos de todos aquellos calcetines que acabaron desapareciendo inexplicablemente, dejando tras de sí a un congénere desparejado y un sentimiento de que lo del triángulo de las Bermudas no es para tanto.
Hay dos posibles explicaciones:
a) El calcetín no se ha perdido; se ha ido. ¿Olor de pies (medio que usan, sépase, los mosquitos de la malaria para seleccionar sus víctimas)? ¿demasiado a las chanclas? Hay calcetines de espíritu libre y aventurero:
b) No hay calcetines que desaparecen, sino que aparecen. Esto es: no es que la lavadora (o algún otro ente) “robe” un calcetín… es al contrario, te regala uno. Y si no lo ves así, es que eres muy negativo, coñe.
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