Cualquier feria es dura. Pero si se realiza en un país lejano y algo extranyo, con temperaturas algo bajísimas y bastante a las afueras de la ciudad, el cuerpo te pide cierta tregua... y uno no está para desobedecerlo.

En consecuencia, tras la feria, un cambio de ropa (paso del traje impecable a la equipación de turista) y una nueva mini-incursión en el Gran Bazar (que mıra que es grande). Sin apenas haber comido, visita a Çemberlıtaş Hamam, los históricos y famosísimos banyos turcos construidos en 1584.

Y ya que estamos, pedimos el 'luxury treatment', que incluye no sólo el acceso y la posibilidad de un self-banyo, sino que éste te lo haga un profesional seguido de otro masaje corporal con aceites y uno facial con cremas.

Tras la siempre íntima experiencia de dejar una considerable cantidad de ropa, pasaporte, cámara y otros guiri-objetos y quedarte sólo y sólo con una 'peştemal' (toalla que más que toalla es un panyuelo algo grande) y unas zapatillas, desfila uno ante los aún textiles antes de que te permitan la entrada (acompanyante-banyador-masajeador incluido) a una sala de mármol dónde, además de sudar, el empleado de turno te enjabona, banya y masajea de un modo un tanto peculiar mientras tú estás estirado en una gran plataforma central de mármol.

Puedo asegurar que los quejíos que se oían no eran flamencos y que los golpes escuchados no eran sino de 'amistosos' y 'reconfortantes' codos y manos haciendo presiones propias de Rocky VII.

Tras el banyo, masaje oleico que podría calificarse de un 5 en la escala Vidaliana que va del 1 al 300. Pasable, pero nada más. Tras el masaje, ducha para quitar (en realidad, intentar quitar) el aceite y a volverse a vestir, sabiendo que, tras los banyos Geller en Budapest y los de ahora en Estambul, sólo me resta una auténtıca sauna finesa tradicional por la Laponia que me comentaba A.Orte, y uno de esos banyos japoneses que, con tanta envidia, siempre escucho de boca de los reincidentes japón-turıstas David y Francisco.

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