Sorpresivamente, vengo del Camp Nou y he visto al Barça. La sorpresa no ha sido la visita al estadio (cosa que hago con la errática periodicidad que determinan los calendarios de las competiciones deportivo-futboleras) sino en que, durante 45 minutos (la primera parte) en lugar de ver los usuales 11 jugadores enfundados en unas camisetas azulgranas (en realidad, siempre son 10, porque el portero viste distinta indumentaria), he visto al Barça, ese fenómeno futbolístico que trasciende a los jugadores que lo integran. Se caracteriza por un juego de altísimo nivel técnico, una gran velocidad y una vistosidad cautivadora.
Ni decir tiene que dicha visión (real, no himajinaria) únicamente duró 45 minutos, aunque es un tiempo más que aceptable a estas alturas de la temporada. Pudiera haber durado más tiempo, tal vez, si Rijkaard hubiera realizado las sustituciones con cierta antelación, permitiendo así más tiempo de juego a las incorporaciones y evitando mayor cansancio y algunas entradas, especialmente al crack Messi.
Destacar los gritos del respetable (palabra mucho más elegante que 'la grada' o 'el graderío') en recuerdo/apoyo de/a Ronaldinho.
No hay que olvidar, sin embargo, el tradicional gol marcado por una creo dejadez defensiva (propia, por otro lado) de este equipo, así como el evidente riesgo de que, ante las magníficas (y merecidas) críticas que mañana se publiquen, el equipo se relaje ante Levante el sábado o ante el Stuttgart el martes, los dos próximos partidos. Confiemos que no sea así.
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