“La vida es dura, pero continúa” es una frase que ayer escuché al ir al gimnasio en boca de una niña de unos ocho años, acompañada de su madre quien la repitió cual lema tántrico un par de veces.
Y cuánta razón hay en dicha frase.
El lunes acontenció la triste e injusta muerte del padre de una buena amiga y compañera de trabajo, una persona joven (56 años, D.e.P.) a la parece que el corazón falló sin advertencia previa, sin aviso, sorprendiéndole la muerte en la calle, cuando salía del trabajo.
Y ayer, mientras asistía al velatorio, a la misma hora y a unos kilómetros de distancia, nacía Pau, el hijo de otro buen amigo y compañero de despacho.
La gran alegría por el nacimiento (todo bien) del primer hijo de mi amigo no compensa el dolor del fallecimiento del padre de mi amiga y la pena que nos embarga a todos. Lo que sí constituyen ambos hechos –pienso mientras regreso del entierro de hace un rato- es una clara constatación de que la vida, como decía John Lennon, “es aquello que sucede mientras haces otras cosas” (y, añado yo, “muchas de las cuáles no valen la pena”).
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