Aterrizado el avión a la hora, y hechas las comprobaciones de pasaporte y visado, la maleta facturada aparece rauda y en perfecto estado.

Antes de salir de la zona "protegida" y ante las advertencias que se muestran (por todas partes), uno se conciencia para denegar con indiferencia las (deshonestas?) proposiciones de decenas de 'taxistas' que se ofrecen sin disimulo.

Dichos los "niet" oportunos, la verdad es que la cosa no está nada clara ya que, por mi parte, no llevo plano alguno del metro o de la ciudad, no sé por dónde cae el hotel reservado y noto la falta de sueño (y el cansancio acumulado).

En todo el aeropuerto no hay ningún punto de información turística (luego comprobaré que en la ciudad, tampoco). En un punto de información aeroportuaria, se apiadan de mi y tras fotocopiarme el plano del metro (cosa que agradezco, aunque así no hay quien distinga las líneas que lo forman) y tras llamar al hotel para preguntarles por dónde está (cosa que agradezco más), me señala en el mapa la estación más cercana (que tiene tres nombres -uno según cada línea que confluye-), diciéndome de coger el autobús 308, que te acerca a una estación de metro.

Pese a que existe el autobús 308, un servidor coge un minibús 308, más que nada porque parece que es lo que hace la gente de aquí. Por 100 rublos por persona, te acerca a a la estación de metro más cercana.

De ahí, tras comprar los billetes (22 rublos un billete) y mediante tecnología RFID (acercando el billete a un lector sin introducirlo por ningún sitio) uno tiene acceso a una de las redes más bonitas de metro del mundo (si no la que más).

Es plena hora punta (mal momento para ir con maletas) y el vagon va lleno. Afortunadamente va muy, pero que muy deprisa y cada minuto, minuto y medio a lo sumo, llega un nuevo convoy.

Luego se verán con más detalle, pero ciertamente las estaciones del metro de Moscú (así como sus pasillos) están pero que muy bien.

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