La iniciativa surgió de una buena amiga. Antes de ir a cenar en grupo, vivamente recomendó asistir a una velada de flamenco.

Dicho por cualquier otra persona, seguramente hubiera quedado patente mi escepticismo. Sin embargo, me embargó la confianza al conocer que, desde una hora antes de la actuación, la gente ya llenaba el local. Es más, hubo (y suele haber) un exageradísimo overbooking, con gente de pie, sentada en el suelo, en las escaleras, sobre el aire acondicionado...

Afortunadamente, ella llegó temprano y se pudo reservar asiento, algo que merece ser convenientemente agradecido.


Pero el verdadero agradecimiento viene por darme a conocer el local, un auténtico punto de encuentro con música en vivo y en directo, sin trampa ni cartón. No soy un gran entendido en flamenco, pero noté que parte del público sí lo era. Respecto de los intérpretes... un guitarrista bárbaro (Juan Antonio Luque) y un cantaor ("el Jerezano") y una bailaora ("la Nati") correctos que, en cualquier caso, mostraron -sin artificios- lo que pueden/saben hacer. Y la autenticidad y la ausencia de ornamentos, en estas cosas, escasea y vale mucho.

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